jueves, 18 de julio de 2013

Peña del Vaterclos: un encuentro con el arte joven en el centro de Cuba




En el patio del Museo Casa de Alejandro García Caturla de Remedios, los últimos sábados de cada mes se reúnen jóvenes artistas del centro del país en la La Peña del Vaterclos, fundada y conducida por el poeta Carlos Ramos. Es este un espacio que convida a jóvenes escritores, músicos y artistas de la plástica para poner a dialogar sus obras y contrastar sus concepciones ideoestéticas sobre la creación artística contemporánea.

Artistas y agrupaciones del centro de Cuba tales como el grupo Alba-k roja, el Dúo Doble Rol, el Dúo Touché, el trovador Yatssel Rodríguez, los pintores Yunier Gómez, Sunami Espinosa, Reynier Luaces y Maykel Guedes han presentado su obra en esta peña, intercalando la música instrumental y la canción de autor con la instalación y el performance en un espacio abierto a ideas atrevidas y cerrado, como es de suponer, al mal gusto y la banalidad que amenazan con permear el gusto estético de un grupo de nuestras nuevas generaciones.

La poesía, en este caso los poemas de Carlos Ramos, el anfitrión de estos encuentros, funciona como hilo conductor entre acordes y acciones plásticas. Y el público – personas de cualquier edad; jóvenes todas en espíritu – interactúa libremente con los creadores. 

Con cuatro años ya de fundada, la Peña del Vaterclos, en Remedios, es una ventana abierta para contemplar de cerca los derroteros por donde se enrumba el arte joven del centro de la Isla. Artistas asociados a la filial villaclareña de la Asociación Hermanos Saíz y otros jóvenes creadores seguirán encontrándose, los últimos sábados de cada mes, en el patio del Museo Caturla, para confrontar su arte y compartirlo con el público.




Del solar al salón: el largo camino de la rumba




                                                                                               Carlos R. Ramos
                                                                                                   Isnel Pérez Álvarez

La Rumba, Eduardo Abela

  “¡Zumba, mamá, la rumba y tambó! / ¡Mabimba, mabomba, mabomba y bombó!” Así comienza Zacarías Tallet su poema La rumba, que en mil novecientos veintiocho  abriría el camino a los cultores de la llamada poesía negra en Cuba. Y en el profuso ritmo de esos versos, que nos parecen compuestos para ser cantados, halló Caturla el numen impulsor de su obra homónima.
  El título no debe llevarnos a engaño. No se trata, ni mucho menos, de un intento de adaptación folclórica a la orquesta, ni de un determinado giro popular. Lo que ha hecho Caturla en esa obra de proporciones considerables, es llevar el espíritu de un género de nuestra música a los medios sinfónicos posibles. Se trata de una partitura para un considerable aparato orquestal, donde Caturla ha dado, realmente, su más alta medida de sinfonista.[1] Ha logrado explotar al máximo el parámetro rítmico, apoyándose en el tímbrico, para desentrañar la esencia del complejo, y ofrecer una visión totalizadora. [2]
  Cuando Caturla compuso La rumba, no quiso un movimiento rítmico para orquesta, una rumba cualquiera, que pudiera ser la primera de una serie: pensó en la rumba, en el espíritu de la rumba, de todas las rumbas que se escucharon en Cuba desde la llegada de los primeros negros. No pretendió especular con un ritmo, llevándolo in crescendo hasta el final, de acuerdo con una fórmula de la que ya se había abusado mucho. Por el contrario. Desde la introducción, extrañamente confiada a las maderas graves, procedió por súbitos impulsos, por progresiones rápidas y violentas, con vaivén de marejada, donde todos los ritmos del género se inscribían, se invertían, se trituraban. No eran esos ritmos, en sí, los que le interesaban, sino una trepidación general, una serie de ráfagas sonoras, que tradujeran, en una visión total, la esencia de la rumba. [3]
 Portada original de la partitura La rumba de Caturla, con su propia letra

  Marginal y marginada
  La palabra rumba, en su contenido semántico primigenio, se identifica con otros vocablos afroamericanos como tumba, macumba, tambo…, cuyo significado era fiesta.[4] En los solares y barrios marginales – fundamentalmente de La Habana y Matanzas – se reunían las clases más bajas de nuestra sociedad colonial para armar la rumba, entendida esta como festejo que conjugaba diversas expresiones de canto y baile. Rumba es el nombre genérico que se atribuye al hecho de la fiesta y, al mismo tiempo, se emplea para designar el género musical. Sus antecedentes vinieron de las distancias (el continente africano, Andalucía o Egipto)[5] para consolidarse  en nuestro suelo y devenir expresión cultural identitaria de nuestra nación.
  La definición de este complejo genérico se produce, en los inicios, entre los sectores marginados de la población cubana colonial, y como música marginal – en las manifestaciones más auténticas – fue considerada por la sociedad de la neocolonia.[6] Su centro particular de desenvolvimiento (solares y barrios marginales) se alejaba de los diseños segregacionistas imperantes, y sus instrumentos musicales (cucharas, sartenes, gavetas de cómodas, cajones de bacalao…) nada tenían que ver con el aparato orquestal de la considerada “música culta”. Poco importaba el nivel, el conocimiento teórico de la nota o la calificación. Lo vital era que el tocador (que había aprendido de forma oral, familiar, de concurrir a mirar a otros tocadores) instara a la aureola del ambiente rumbero.[7]
  Nuestra alta sociedad neocolonial mutiló las expresiones musicales y danzarias de la rumba con la ridícula intención de “moralizarlas”.  En  teatros como El Alhambra, lugares de control social, se cuidaba mucho que la rumba se comportara dentro de los moldes civilizatorios. En 1916 el periodista mestizo Ramón Vasconcelos consideraba:

(…) Lo mejor del Alhambra es quizás su celo porque la rumba no degenere en tango, matchicha, cancán (…) o en uno de los tantos steps de última factura. Allí se baila con arreglo a los cánones clásicos,  sin un descoyuntamiento excesivo ni giros de comparsa o ñañiguismo, sino al ritmo expresando emociones (…).[8]

Algo similar planteaba Israel Castellanos:

(…) Las rumbas del teatro Alhambra no son el reflejo fiel del baile de los barracones, aquella era más bárbara (…) bailes de las turbas negreras (…) los blancos inferiores al tomar parte de las fiestas africanas, la fueron diluyendo, inoculando paulatinamente (…) El baile negrero es en los blancos, un instrumento de goce físico (…) no una pasión desenfrenada (…).[9]

La cultura hegemónica (blanca, oligárquica y propietaria) se esforzó de manera efectiva por desarrollar modelos de ciudadanos civilizados que respondieran a la producción de comportamientos respecto al progreso. Ante esta disyuntiva los no blancos ilustrados tuvieron que adoptar esquemas mentales para no perecer en el ostracismo, la marginalidad... Estos condicionamientos, son vitales para entender el por qué figuras prominentes de la raza de color como Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado, Lino D´Ou, José Campos Marquetti, Ramón Vasconcelos, Rafael Sierra, entre otras, rechazaron la rumba.[10]
  En Octubre de 1919, el periódico de clase media habanero La Antorcha, apuntaba en uno de sus artículos que en la celebración del patriótico 10 de Octubre en La Habana, a los 2:00 a.m. una escoria negra se había lanzado hacia la calle en vergonzante caravana, haciendo sonar el tambor que tanto apenaba a la cultura y la moral de la nación; por el contrario, en otras provincias se había celebrado insigne fecha bajo las estrictas tradiciones.[11]
  En carta de Caturla a Guillén con fecha 17 de junio de 1930, el célebre compositor refería: “Durante mi estancia en París a fines del año 1928 y en banquete patriótico del 10 de octubre que se efectuó en La Rotonda, tuve la oportunidad de hablar con Vasconcelos sobre nuestra música vernácula... Me decía que en Pinar del Río podía encontrar yo música guajira autóctona y no veía con buenos ojos artísticos, humanos y sociales las manifestaciones populares de la música afrocubana, fuente de las obras que desde hace cinco o seis años venimos produciendo Roldán y yo”.[12]
  La postura de Ramón Vasconcelos sintetizaba el sentir de nuestra sociedad republicana,  con excepción de una pequeña avanzada nucleada en su mayoría en torno al Grupo Minorista. Eduardo Abela, uno de nuestros más importantes pintores del siglo veinte, confiesa que “…temía lo negro porque veía en ello lo vulgar, la parte más pobre – en lo económico y en lo cultural – del entonces depauperado panorama cubano”.[13] 
  Al igual que Vasconcelos, Abela intuía la cubanidad en los contextos rurales, en la figura del guajiro, que desde el pasado siglo había sido idealizada por poetas y dramaturgos como José Fornaris y Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, eminentes cultores del ciboneyismo y el criollismo en nuestra literatura. En varias obras dramáticas decimonónicas, como Un guateque en la taberna un martes de carnaval, de Juan José Guerrero, nos topamos con un mundo campesino hecho a base de zapateo, décimas, guitarras, finales conciliadores…[14] que si bien a veces fue satirizado, al menos ya se le consideraba digno de ocupar un sitio en nuestras manifestaciones artísticas.
  Pero el negro y su cultura eran vistos con desprecio. El teatrólogo Rine Leal advierte en su obra Breve historia del teatro cubano, que “en un país de economía azucarera, el personaje obrero debió ser fundamentalmente el cortador de caña, solo que su color lo expulsó de la escena y lo sustituyó por el artesano blanco, generalmente tabaquero. El esclavismo, que corre por la espina dorsal de nuestra historia, negó las posibilidades de personaje dramático al negro, y lo desplazó al bufo, donde tuvo que compartir suertes y percances con la mulata, el chino, el desclasado blanco y el inmigrante pobre, generalmente gallego”.[15]
  El orden neocolonial de esencia racista propició que en los espacios sociales diseñados primara la sociabilidad blanca dominante. Alejarse de la chusma, la negrada, la masa ciega, como la llamaron los sectores medios de color, fue una estrategia personal producto de la hostilidad racial. Bailar, divertirse, expresarse de manera espontánea y desenfadada no era permitido por las normas del momento. Además de poca educación, para los negros y mestizos eran remanentes de las conductas de  la esclavitud. Bien apuntaba Ortiz, captando la atmósfera de la dominación, que los negros no querían al tambor porque en sus ansias de insertarse socialmente, este les hablaba de forma embrujada de su abolengo.[16]

  El  [forzoso] Triunfo de la Rumba     
  Mas sin el negro Cuba no sería Cuba. No podía, pues, ser ignorado”. Así lo advierte Don Fernando Ortiz en su conferencia Por la integración cubana de blancos y negros. Nadie hasta entonces se había preocupado por estudiar su cultura, y hasta parecía como si nadie lo quisiera estudiar”.[17]  Tal vez por ello merezca este notable antropólogo ser considerado el tercer descubridor de nuestra isla.
  Desde el temprano mil novecientos seis había publicado en Madrid su obra Hampa cubana. Lo negros brujos, que marcó el inicio de los estudios africanistas en Cuba. Aunque signado por los prejuicios contra el negro, el texto pretende determinar las regiones de procedencia de las distintas "tribus" africanas llegadas durante la trata, describe la travesía de los buques negreros, la vida de los esclavos en las plantaciones y en las ciudades, sus costumbres, fiestas y música, e intenta un estudio serio de los cultos "afrocubanos" (término creado por el propio Ortiz para designar aquellos aspectos de la cultura cubana en que predominan elementos de antecedentes africanos). En 1916 ve la luz su obra Hampa afrocubana. Los negros esclavos, posiblemente uno de los trabajos de investigación más completos realizados en América sobre la vida de los africanos esclavizados. Con un derroche de erudición y utilizando una documentación seria y exhaustiva, Ortiz expone los horrores del régimen esclavista y sus nefastas consecuencias en la sociedad cubana. Años más tarde funda la Sociedad del Folklore Cubano – con José María Chacón y Calvo – y la revista Archivos del Folklore Cubano, que intentaba rescatar, con espíritu científico, los principales elementos y tradiciones que conformaban nuestra identidad nacional.
  Estos estudios hallaron eco en la obra del narrador y crítico Alejo Carpentier, que en 1928 crea el argumento del ballet La Rebambaramba, musicalizado por Amadeo Roldán, en el que irrumpen estrepitosos los tambores afrocubanos. Por esa misma fecha aparecen los pemas Bailadora de rumba, de Ramón Guirao y La rumba, de José Zacarías Tallet, que inspirara la partitura homónima de Alejandro García Caturla. Este célebre compositor llevó la esencia del género hasta los predios de la ópera con su obra inconclusa Manita en el suelo, que tiene argumento del propio Carpentier basado en su novela negra ¡Ecue-Yamba-O!

  Con Nicolás Guillén alcanza la poesía afrocubana su más elevada expresión, mientras que otros intelectuales como Gustavo Urrutia y Juan René Betancourt asumen con denuedo la defensa de nuestros antecedentes africanos.   
  La labor de esta avanzada artística e intelectual en aras de legitimar los aportes de la cultura negra a la formación de nuestra cultura, indudablemente labró el camino -hasta entonces plagado de espinas- de la definitiva cubanización. Fue, pues, una misión titánica, que solamente colosos de su talla podrían acometer. Para dar una idea de la magnitud de sus esfuerzos, bástenos con citar al propio Eduardo Abela cuando evocaba episodios de su coincidencia en París con Carpentier:
  “…su tema favorito de conversación lo constituían los negros cubanos. Para mí lo cubano era el campo; para él lo cubano era lo que entonces se llamaba afrocubano.
- Debes hacer con tu pintura lo que Caturla y Roldán están haciendo con su música. Afrocubanizándose, ellos se cubanizaron y se modernizaron. ¡Tienes que hacer lo mismo! ¡Lo afrocubano es, para el cubano de hoy, lo moderno!
  Yo le respondía que nada sabía de cosas de negros… No me atreví nunca a decirle que temía lo negro porque veía en ello lo vulgar, la parte más pobre – en lo económico y en lo cultural – del entonces depauperado panorama cubano… Llegué a decirle, eso sí, que no me sentía afín a lo negro, y me respondió:
  - ¡Estás diciendo sandeces! ¡En Cuba no existe lo blanco ni lo negro! ¡Todo allá es mulato! El carnaval cubano no es negro, es mulato. ¡Afrocubano quiere decir mulato!
(…)
  Secretamente me puse a dibujar, durante varios días en los que apenas salí de mi habitación, danzantes y rumberos…
  El primer cuadro pintado de esta manera nueva resultó ser una idea de bailes negros que se me ocurrió (…)  ubicar en el campo. Cuando Alejo lo vio su entusiasmo no cabía en la habitación. Parecía un muchacho al que le habían regalado un juguete muy deseado…” [18]

  Gracias a las influencias del persuasivo Alejo, Abela expuso sus cuadros en la Galería Zak de París, mereciendo los elogios de la crítica. Sin embargo –quizás también gracias a las influencias de Carpentier- no consiguió vender ninguno de ellos.

  - “¿Estás loco? Todos esos cuadros deben ir para Cuba. Allá no se ha pintado nada que se pueda poner al lado de lo que has pintado aquí”.[19]

  ¡Qué poder de persuasión! Carpentier había movido –prácticamente obligado- a Abela para que transportara al lienzo los fogosos movimientos de nuestros negros rumberos, surgiendo así obras tan valiosas como Ritmos, El Gallo Místico, En casa de María la O y El triunfo de la rumba. Al referirse luego a estos cuadros, el escritor omitía enteramente su pujanza, y le achacaba todo el mérito al pintor:

  “…Más que los aspectos, Abela ha querido plasmar el alma de escenas criollas. Nunca se preocupará por traducir exactamente la camisa tornasolada de un rumbero; pero cuando agrupe sus personajes en un tiempo de rumba, hará vibrar el alma misma de la rumba. Sus tipos quieren ser síntesis de caracteres, más que retratos. No le interesa emular a la American Photo, sino fijar el espíritu de las cosas. De ahí su afición por una Cuba un tanto mitológica y por sus héroes de canciones populares: Papá Montero o María La O. Abela evoca comparsas de antaño -El alacrán, El gavilán- sin pensar en la verdad histórica; lo que desea transcribir es el ritmo, la intensidad, la áspera poesía de tales fiestas. No trabaja con documentos, ni pretende copiar los siete cencerros de un diablito... Sus criaturas se mueven en una modernísima atmósfera de ensueño, en la que a veces son símbolos... Sus escenas tienen cierto aire grave, dentro de la violencia. Y el misterio envuelve a los protagonistas de sus poemas pictóricos: misterio en la gasolinera fantástica que atraviesa la bahía -Camino de Regla- con su tripulación de soneros, que arrastran bongoes, güiros, y unas farolas casi absurdas; misterio en la fiesta pueblerina -!tan enigmática y tan criolla!- del Día del pescao; misterio en el acre torbellino de su comparsa; misterio en las siluetas de sus guajiros, galopando en flacos jamelgos, bajo el incendio transparente del mediodía; misterio en el gavilán enorme y hierático, que marcha al frente de otras de sus comparsas...
- La verdadera poesía no existe sin misterio -afirma Abela, en frase que no anda lejos de los conceptos del surrealismo.[20] 

  Cualquiera pensaría, por estas valoraciones, que Abela era un ferviente defensor de lo afrocubano, sin sospechar -ni siquiera vagamente- el empuje de alguna mano oculta, que no escatimaba esfuerzos en su titánica misión de propiciar el definitivo “triunfo de la rumba”.  

  De París a Remedios
  Cerca de treinta óleos -y alrededor de cuarenta dibujos- dedicó Abela a la cultura afrocubana, recreando escenas de santería, carnavales y comparsas, donde los negros tocaban y bailaban al compás de los fogosos ritmos rumberos. Solo seis de aquellos cuadros llegaron a Cuba en sus propias manos, pues según confiesa había regalado muchos de ellos.[21] El triunfo de la rumba, Camino de Regla  y El gallo místico pueden ser apreciados por quienes visiten la sala de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes; El Gavilán y Mujer con flores y vegetales llegaron más tarde a nuestra Isla al encontrarse una maleta donde Lina Valmont guardara las pertenencias de su hijo al sorprenderle en París la Segunda Guerra Mundial.[22] Evidentemente Carpentier los había recibido en calidad de obsequio. Y algo similar debió ocurrir con el compositor y jurista Alejandro García Caturla, quien al convertir en despacho personal una de las habitaciones de su vivienda en Remedios, situó como elemento central de la decoración a La rumba, la caprichosa rumba que de expresión musical – danzaria había transitado a la literatura, alojándose luego en los pentagramas de la música sinfónica e, inconforme aún, mostraba ahora su rostro desde las sensuales líneas curvas de un lienzo firmado por Abela.
  En junio de mil novecientos veintiocho, Caturla se había embarcado en el buque Leviathan con destino París, a fin de completar sus estudios musicales. En la mañana del  día veintidós,  ya se contaba entre los huéspedes del parisino Hotel du Maine, según consta en carta enviada a la madre: ya instalado en el hotel donde se hospeda Carpentier, te vuelvo a escribir”.[23] 
Hotel du Maine, París
   Tres figuras descollantes del arte y las letras cubanas coincidían en la capital francesa, y así lo testificaría el padre de lo real – maravilloso haciendo referencia a Caturla: “El Hotel donde él vivía, donde vivía yo, donde vivía Abela, vivíamos los tres en el mismo hotel”.[24] La estancia del músico remediano en la que fuera capital artística del mundo se extendió durante cuatro meses, y sin lugar a dudas tatuó profundas huellas en su espíritu. Tanto es así que al siguiente año volvió para permanecer allí casi cuarenta días, que no se alargaron más por la celebración de los festejos navideños y las parrandas remedianas, que reclamaban la presencia del artista en su ciudad natal.
  El veinticuatro de diciembre de mil novecientos veintinueve, Alejandro García Caturla era condecorado por el Ayuntamiento de la ciudad de Remedios con el Diploma de Hijo Eminente y Distinguido, en acto solemne que sirviera de pretexto para la reunión de familiares y amigos. Ya para entonces el hijo de Don Silvino tenía en la residencia de Camilo Cienfuegos # 5 su propio despacho, en el que saltaba a la vista aquel lienzo de clave baja donde una pareja negra –en primer plano- evoluciona con los toques de tumbadora en ese voluptuoso juego de atracción y repulsión que hallará término en el vacunao.  En casa de María la O y Rumba de negres habían sido los títulos con que se publicara en las revistas Social y D’ACI I D’ALLA respectivamente aquella pintura que Alejandrito trajo a casa bajo el nombre de La rumba, tal vez con el febril anhelo de hallar en el lienzo la representación gráfica de sus concepciones ideoestéticas. Puede que nunca sepamos a ciencia cierta bajo qué circunstancias haya ido a parar el cuadro a sus manos, pero tiene mucha lógica suponer que lo recibiera en calidad de obsequio, puesto que el propio Abela declaró no haber vendido ninguno de los originales pintados en París, entre los cuales contamos este, que aún conserva la firma del artista y el sello aduanero del Puerto de La Habana.
Despacho de Alejandro García Caturla en Remedios

  El despacho del doctor Caturla devino sala cuatro del actual museo – casa, y en una de sus paredes, tras el buró del compositor y juez, encima de todos los títulos y distinciones, sonríe vanidosa La rumba, como si aún celebrara su triunfo. El visitante es poseído por el espíritu indócil de los ritmos que casi pueden escucharse, esos que antaño surgieron en los solares y barrios marginales de nuestra isla con el marcado sino de conquistar los más refinados salones y ambientes culturales del orbe. Es el espíritu de la rumba, el mismo que una vez poseyó a parisienses y newyorkinos, el que también tomara a las bellas artes como soportes de expresión durante su largo camino de la contracultura a la identidad nacional.  
  
Notas:


[1] Alejo Carpentier: “Alejandro García Caturla”, en La Jiribilla, revista digital de cultura cubana, La Habana, Marzo de 2006.
[2]  Victoria Eli Rodríguez y Zoila Gómez García, Haciendo música cubana, Ed. Félix Varela, La Habana, 2005, p. 130.
[3]  Alejo Carpentier: “Amadeo Roldán – Alejandro García Caturla”, en La música en Cuba.
[4]  Victoria Eli Rodríguez y Zoila Gómez García, Haciendo música cubana, Ed. Félix Varela, La Habana, 2005, p. 54.
[5]  Alejandro Fernández Calderón, “La rumba de aquella primera república” en Cubaliteraria, 2005.
[6]  Victoria Eli Rodríguez y Zoila Gómez García, Haciendo música cubana, Ed. Félix Varela, La Habana, 2005, p. 54.
[7]  Alejandro Fernández Calderón, “La rumba de aquella primera república” en Cubaliteraria, 2005.
[8]  Ídem.
[9]  Ídem.
[10]  Ídem.
[11]  Ídem.
[12]  Fondos del Museo Nacional de la Música.
[13]  José Seoane Gallo, Eduardo Abela cerca del cerco, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 187.
[14]  Rine Leal, Breve historia del teatro cubano, Ed. Félix Varela, La Habana, 2004, p. 28.
[15]  Ibídem, p. 30.
[16]  Alejandro Fernández Calderón, “La rumba de aquella primera república” en Cubaliteraria, 2005.
[17]  Fernando Ortiz, Etnia y sociedad, Ed Ciencias Sociales, La Habana, 1993, p.136-143.
[18]  José Seoane Gallo, Eduardo Abela cerca del cerco, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 187.
[19]  Ibídem, p. 191.
[20]  Alejo Carpentier, Obras completas, Ed. Digital, p. 168.
[21]  José Seoane Gallo, Eduardo Abela cerca del cerco, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1986, p. 192.
[22]  Granma, 20 de enero de 1990. Fondo del Museo Nacional de Bellas Artes.
[23]  Fondo del Museo Nacional de la Música. Carta  a su mamá,  el 27 de junio de 1928 (inédita).
[24]  Alejo Carpentier. Testimonio. La Habana, 26 de noviembre de 1971. Biografía, p. 68. 



Bibliografía:
Callejas, Bernardo: El autor y su obra, Pueblo y Educación, La Habana, 1973.
Carpentier, Alejo: “Alejandro García Caturla”, en La Jiribilla, La Habana, Marzo de 2006.
Carpentier, Alejo: La música en Cuba, Letras Cubanas, La Habana, 1979.
Eli Rodríguez, Victoria y Gómez García, Zoila: Haciendo música cubana, Ed. Félix Varela, La Habana, 2005.
Fernández Calderón, Alejandro: “La rumba de aquella primera república” en Cubaliteraria, 2005.
Giró, Radamés: Caturla el músico, el hombre, Museo de la Música, La Habana, 2007.
Henríquez, María A: Alejandro García Caturla., Correspondencia, Arte y Literatura, La Habana, 1978.
Henríquez, María A: Alejandro García Caturla, Biografía, Letras Cubanas, 2006.
Henríquez, María A: “Caturla en cuatro tiempos”, en Clave No1, La Habana, 2006.
Leal, Rine: Breve historia del teatro cubano, Ed. Félix Varela, La Habana, 2004.
Pons, Amarilys: La Rumba Teatral, Trabajo de diploma, Facultad de Artes Escénicas, ISA, 2000.
Seoane Gallo, José: Eduardo Abela cerca del cerco, Letras Cubanas, La Habana, 1986.
Fondos inéditos del Museo Alejandro García Caturla, CIDMUC, Museo Nacional de la Música y Museo Nacional de Bellas Artes.