jueves, 5 de junio de 2014

Crisálidas



   Sueña con ser escritor, se imagina ante los grandes auditorios, rodeado de los fanáticos que vienen con sus libros para que él los dedique y los firme. Y que sus libros rompen todos los récords de ventas, son bestsellers. Que los fanáticos andan con sus libros bajo el brazo... Pero no ha publicado libro alguno. Se gana la vida vendiendo libros de otros, en una vieja librería de la Habana Vieja.
   - Tus cuentos son crisálidas – le dice el profesor.
   Él organiza las páginas impresas, las guarda cuidadosamente dentro de su bolso rojo y vuelve cabizbajo a casa, tratando de encontrar en las aceras, en el humo de los autos o en un latón de basura ese polvo de hadas que precisa para que sus personajes y conflictos echen por fin a volar.   
   Enciende el ordenador y se sienta frente a él, invoca a las musas griegas, a los espíritus de Baudelaire y Cortázar, a los astros y los ancestros que moran en la bóveda celeste. Cierra los ojos y deja que sus dedos presionen al azar las letras en el teclado. Es infértil el intento. Contempla su techo blanco, las losas del piso de su habitación. Lo más difícil es hallar la primera línea.
   Sus dedos en el teclado comienzan a hilvanar los hilos de una historia. Es la historia de un muchacho que sueña con ser cantante y se imagina en los grandes escenarios, rodeado de los fanáticos que llevan carteles con su nombre escrito. Imagina que sus discos rompen los récords de ventas, que sus videos ocupan el primer puesto en todas las listas de éxitos. Y sueña que sus fanáticos – millones de fanáticos – le tiran rosas al escenario. Pero no ha grabado discos, ni videos. Se gana la vida cantando para los turistas, en un viejo restaurante de la Habana Vieja.
   Un buen día le canta sus canciones a un cantante muy famoso, y el cantante lo graba, le hace algunas sugerencias sobre los arreglos, le da algunos consejos sobre la interpretación. Y le aconseja también que siga haciendo canciones, que no desista, que a lo mejor cualquier día se hace realidad su sueño. Y luego el joven escucha sus canciones en la radio, grabadas por el otro cantante, con magníficos arreglos. Y los discos del cantante rompen el récord de ventas, sus videos clips ocupan el primer puesto en todas las listas de éxitos. El muchacho de la historia les quiere contar a todos que esas canciones son suyas, quiere denunciar el plagio, pero nadie le hace caso. Las canciones no estaban registradas como suyas y ya nada puede hacer. Nada más seguir cantando en el viejo restaurante, hacerse viejo también. Seguir soñando con grabar su disco, sus videos... con debutar algún día en los grandes escenarios, y con recoger las rosas de sus millones de fans.
   - El argumento es bueno – le dice el profesor– pero le falta ese toque de maestría. Es una crisálida tu cuento, has de volver sobre él una y otra vez, hasta que pueda volar.
   Él organiza las páginas impresas, las guarda cuidadosamente dentro de su bolso rojo y vuelve cabizbajo a casa.

   Pasada la medianoche el famoso profesor no puede conciliar el sueño. Se sienta ante su vieja máquina de escribir, invoca a las musas griegas, a los espíritus de Baudelaire y Cortázar y, como todas las noches, no logra que se produzca posesión alguna. Contempla su techo blanco, las losas del piso de su habitación.
   Un magnífico argumento sobrevuela su cabeza, se apodera de sus manos. Teje con viejas palabras una historia nueva. Y los personajes andan de cuartilla en cuartilla con auténtica corporeidad. Y los personajes vuelan. Es la historia de un muchacho que sueña con ser cantante.