Publicado
en Planeta Gris, el 1 de abril de 2084.
Ocho décadas atrás, la villa de Santa Otilia
era un rincón olvidado de la
América del Sur, que no salía jamás en la televisión ni en la
prensa, y casi ningún mapa tenía escrito su nombre. Los otilianos, sin embargo,
vivían plácidamente, gracias a la generosidad de su suelo, la transparencia de
su río y la pureza de su aire. Cada semana hacían una festividad de siete días,
y así, durante todo el año, celebraban días de santos y comienzos de
estaciones, fechas de importancia histórica y fechas intrascendentes, nacimientos
y mortuorios, cumpleaños y no cumpleaños, aguaceros y jornadas de intenso sol… Siempre
se encontraba algún motivo para festejar, y era indecoroso e inmoral en Santa
Otilia, perderse por cualquier razón los célebres festejos. Y en verdad nadie
se los perdía, salvo una extraña mujer, de la que no sabemos el nombre, porque era
conocida por todos como “la Loca”.
Con cada alba salía a trabajar la Loca de Santa Otilia, y
siempre terminaba después de cada ocaso. El día era muy corto para tanta labor:
regar todos los arbolillos, sembrar semillas nuevas, destruir las trampas de
los cazadores, recoger los residuos sólidos para luego enterrarlos y
convertirlos en abono orgánico… Dicen que era un espectáculo verla por los
mediodías, con una careta de buzo y un par de patas de rana, nadando por todo
el río para limpiarlo de desechos. Compartía su arroz con los gorriones y con
los gatos su leche. Hablaba con los animales y las plantas, y no tenía tiempo
para ir al dentista, ni atenderse con el peluquero, ni actualizarse con las
revistas de modas. No tuvo esposo ni hijos, no tenía ni siquiera ocasión de
peinarse. Nadie en el pueblo le hablaba, y si alguna vez alguien lo hacía, era
para dirigirle una horrible burla.
Cuando la Loca murió, se hizo en toda la villa una gran
celebración, y los muchachos inventaron un juego, donde ganaban el que más
árboles lograra sembrar, el que más trampas destruyera y el que más desechos
sacara del río. El juego se convirtió en tradición, y después de cada ocaso las
autoridades coronaban a los campeones del día.
Ahora
Santa Otilia parece un jardín edénico, y mientras en las grandes capitales de
Norteamérica y Europa recordamos el comienzo de la primavera con la Virtual Reality
SW, aspirando el OXIN-G2 de nuestros incómodos balones, los otilianos celebran la Fiesta de los Lirios, el
único festejo de su nuevo calendario. Miles de personas de todo el mundo viajan
hasta allí para respirar, al menos por un instante, el aire puro que les
negaron sus ancestros, y para tomarse fotos con la estatua de la mujer que supo
salvar su trocito de planeta. ¡Qué diferente sería hoy nuestro mundo si cada Santa
Otilia hubiese tenido una loca!
Autor: Carlos R. Ramos
Gran Premio en el Concurso
“Planeta” convocado por el Periódico Juventud Rebelde en el año 2010.
El cuento está publicado, junto con este dibujo, en Juventud Rebelde, domingo 18 de julio de 2010.
El cuento está publicado, junto con este dibujo, en Juventud Rebelde, domingo 18 de julio de 2010.