lunes, 22 de junio de 2015

Remedios: tras cinco siglos de espera


(A propósito del aniversario 500 de San Juan de los Remedios)

Por: Carlos Remberto Ramos Gutiérrez


San Juan de los Remedios, la octava villa de Cuba, celebra ya su medio milenio. La fecha exacta de fundación permanece en el misterio: el año 1515 resulta una mera propuesta conciliadora entre disímiles tesis y especulaciones que sitúan la génesis de esta comarca en fechas más tempranas, o más tardías. Según Rafael Farto Muñiz, historiador remediano, en mayo de 1513 llegó por la costa norte Don Vasco Porcallo de Figueroa y fundó en esta región un asentamiento poblacional al que bautizó como Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo. Nuestro fundador se adjudicó estas tierras como feudo particular[1], y no dio cuenta de su existencia a la corona española – para librarse, claro está, del pago de impuestos, – por lo cual Remedios no recibió en aquel momento el nombramiento de villa y no fue contada entre las siete ¿primeras? fundadas por los españoles en Cuba. Desde entonces la Historia le ha jugado a los remedianos descabelladas peripecias, como si algún dios malvado se burlara de nosotros una y otra vez y nos relegara siempre hacia el final de todas las listas. Habiendo sido el primer asentamiento del centro norte cubano, se nos negó el derecho a ser cabecera de provincia, desplazados por una orgullosa Santa Clara fundada por remedianos que salieron huyendo – supuestamente de las legiones de demonios alojadas en la cueva de El Boquerón tras el exorcismo de la liberta Leonarda, – movidos por ambiciones y manipulaciones de unos pocos[2] que encontraron en Leonarda su Helena de Troya. De atrás nos venía aquella rara costumbre de mudarnos constantemente, ya la villa había cambiado más de una vez su asiento, alejándose del mar, huyendo supuestamente de los saqueos del Olonés y sus legiones piratas – aunque se ha dicho que en realidad nuestros antepasados mantenían con los piratas el llamado comercio de rescate, – alejándose tal vez de un litoral arisco, de una tierra obstinada que les negaba su fruto. Y la malvada deidad haciendo más de las suyas: catastróficos incendios, inundaciones del río Camaco – La Paila, que pasa por debajo de nuestra ciudad... Muchos remedianos continuaban huyendo, buscando mejor fortuna en otros sitios del mundo; pero los abuelos de nuestros abuelos se quedaron aquí, a pesar de los incendios y de las inundaciones, a pesar de los demonios y piratas. Ellos mantuvieron la fe, la esperanza de un mejor destino, el apego a esta tierra roja sobre la que habían plantado su bandera y construido su casa.


Poco a poco la villa fue creciendo, de forma espontánea, por ello sus estrechas calles se curvan a cada paso, denunciando a cada paso la ausencia de un diseño urbanístico preconcebido. El mito brotaba entonces cual manantial, caía como llovizna; era el mito medicina anti-aburrimiento, antídoto para la rutinaria sucesión de los días y las noches en una aldea olvidada de los reyes y de Dios. Por las rojas callejuelas se iba corriendo la voz: en La Bajada se esconde un güije, y sólo siete Juanes primerizos lo pueden capturar bajo la luz de la luna; en el barrio San Salvador vive una bruja; y la virgen del Buenviaje se ha vuelto a escapar de la iglesia; y los amantes del palomar, el perro de la loma, el gigantesco sapo... ¡yo los he visto! Un niño rubio de rica cuna, Alejandrito se llama, va por las tardes con su nodriza negra a los toques de bembé. Y las noches son muy frías a finales de diciembre, pocos salen de sus casas la noche del veinticuatro para asistir a la misa de las doce, la de Aguinaldo. El párroco Francisquillo intenta encontrar el modo de atraer más feligreses, y convoca a los más jóvenes, y los arma de matracas y fotutos y toda clase de improvisados instrumentos percutivos: cualquier cosa que haga bulla. Les encomienda recorrer el pueblo despertando a los vecinos, llamándolos a la misa. Y comienzan las parrandas.


Muchos son los proyectos arquitectónicos que se ejecutan ante el advenimiento de nuestro medio milenio. Ambiciosos proyectos que pretenden, por una parte, rescatar viejas esencias y, por otra, impregnarle a nuestra añeja villa aires de modernidad. Sin intenciones de desencajar en el engranaje urbano, sino de integrarse a él sabiamente, embelleciendo el paisaje citadino y enriqueciendo, al mismo tiempo, la vida sociocultural. Sin desdeñar el afán de atraer más visitantes a Remedios, que desde hace más de dos décadas intenta venderse al mundo como destino turístico. La ejecución de tales proyectos resultaría, sin dudas, de gran aporte para nuestra ciudad y acaso también para nuestra gente.
Pero a veces nos resulta difícil conciliar criterios, aunar voluntades. Algunas veces termina por imponerse el criterio errado, y los decisores – sólo ciertas veces – parecen ser los menos capacitados para decidir.
Lo cierto es que los nacidos y criados en Remedios – aldeanos vanidosos que a veces nos sentimos el ombligo del mundo – vivimos con la inocente esperanza de que algo nuevo y bueno va a pasar. Pero nada pasa. El reloj de nuestra Iglesia Parroquial Mayor se empeña en detenerse pese a todos los arreglos posibles, ¿será que ni el tiempo ya transcurre dentro de nuestros muros? O que nuestro tiempo es otro, y mientras el mundo contemporáneo camina a agitada marcha, en Remedios se respira una sospechosa quietud, una rara sensación de estatismo. No es ese el mayor temor; el mayor temor son los demonios, los piratas que aún hoy – desde posiciones de poder muchas veces – continúan asolando nuestra villa.


Los remedianos tenemos, y de eso no cabe duda, un fortísimo sentido de pertenencia, un amor incorregible por este suelo rojizo. No solo los que nos hemos quedado, también aquellos que se fueron y comparten la añoranza por este pequeño terruño del que se sienten y son parte. En internet, en las redes sociales como Facebook, existen grupos de “remedianos ausentes”, “remedianos en Facebook”, “eres de Remedios ¿no?”... y las publicaciones, los comentarios de los miembros de estos grupos, son una genuina prueba de esa perenne añoranza. Se puede hablar entonces de una comunidad remediana en la diáspora, con activa participación e influencia en el panorama sociocultural y económico de nuestra ciudad. Muchos de ellos contribuyen con fondos y recursos destinados a las parrandas e, incluso, con el afán de tener un pedacito de Remedios allá donde ahora viven, han llevado la parranda fuera de nuestras fronteras, celebrando cada año las parrandas remedianas en Miami, con los mismos barrios nuestros y los mismos elementos competitivos. Tan arraigada y profunda es nuestra identidad, que muchas veces, cuando en otra ciudad de Cuba o el extranjero alguien le pregunta a un remediano “¿eres de Villa Clara?” él responde “sí”, pero luego especifica siempre “¡de Remedios!”.

Quinientos años, tal vez más, carga sobre sus espaldas nuestra legendaria villa. No sabemos si la celebración de estos cinco siglos cubra las expectativas – altas, por cierto – de los remedianos. Lo que sí nos queda claro es que desde que el primero de nuestros ancestros pisó este suelo rojizo y hasta que el último de nuestros vástagos lo pise, Remedios seguirá envuelto en esa intangible aura de fatalidad y encanto que nos hace amarlo–odiarlo–amarlo con todas nuestras fuerzas. Y se seguirá nublando por el camino de Rojas la cabeza de Patricio, anunciando el aguacero, y los vecinos de la calle La Mar continuarán escuchando por las noches los gritos de La Llorona. Y los remedianos seguiremos huyendo y regresando, una y otra vez: huyendo de la fatalidad, volviendo a por el encanto. Seguiremos esperando. Y quién sabe si algún día...









Referencias bibliográficas:



[1] Manuel Martínez Escobar. Historia de Remedios. Jesús Montero, Editor. La Habana,  1944, p. 13.
[2] Como consta en la Carta enviada por las mujeres remedianas al Gobernador de Santo Domingo, con fecha 9 de octubre de 1690. (Fondos del Museo Municipal “Francisco Javier Balmaseda” de Remedios).



Bibliografía:
Fondos inéditos del Museo Municipal “Francisco Javier Balmaseda” de Remedios.
Fondos del Equipo de Patrimonio de Remedios.