sábado, 6 de mayo de 2017

CRÓNICAS INCONCLUSAS II

                                            Foto tomada de Internet 

Será mejor avisarle al sheriff, y que se encargue él de resolverlo. Tomarse la justicia a cuenta propia no es lo más apropiado en una sociedad civilizada, con leyes, decretos y normas cuyo incumplimiento implica siempre una sanción. Que los sancionen, que les caiga encima todo el peso de la ley, porque han matado la fe de las palomas. Sí, las palomas. Esos seres tan pacíficos, que no le hacen daño a nadie, que no se meten con nadie, y estos cabrones les han matado la fe. Ahora las pobres aves tienen pánico a salir del palomar y aventurarse en cortos o largos vuelos, les causa pavor la idea de no poder regresar, de no saber cómo hacerlo. La idea de regresar y hallar las puertas cerradas, y limitado el acceso. De regresar y no tener los mismos derechos de antes, los mismos derechos de las otras palomas, de las que se quedaron, de las que nunca emprendieron algún corto o largo vuelo. Les dijeron que volar era cosa de locos, que el mundo sería hostil allá afuera, que lo mejor para ellas sería no salir del palomar. Les turbaron la razón a las pobres avecillas, y les nublaron el juicio; les fueron envenenando poco a poco la esperanza. Por eso todo el peso de la ley ha de caerles encima, sin atenuantes ni miramientos. Porque hay que ser demasiado cabrón e hijodeputa para matarles la fe a esos seres tan pacíficos, que no se meten con nadie y que a nadie le hacen daño.

martes, 2 de mayo de 2017

Crónicas Inconclusas I


                                                          Foto tomada de Internet 

Éramos niños felices. Los colores eran antes más intensos. Un viajecito a cualquier campo era una gran aventura. Y la playa era un milagro.
La primera vez que mi abuela me llevó a montar en guagua, fue en la guagua local, que recorría nuestra pequeña ciudad de Este a Oeste. ¡Todo parecía tan grande!
Un día llegamos a conocer de memoria todos los recovecos de nuestros campos. Nos percatamos de que nuestra playa no era en realidad perfecta, minada siempre de algas. Y conocimos otras ciudades y entendimos que la nuestra, en efecto, era bastante pequeña. La guagua local dejó de funcionar, por vieja o porque fue necesaria para cubrir otras rutas. Y como ella, dejaron de funcionar muchas otras cosas.
Y cada uno fue tomando el primer camino posible para escapar de la miseria, de la falta de oportunidades. Unos lanzándose al mar. Otros por medio de matrimonios – casi siempre sin amor – que significaban una visa hacia el porvenir, hacia la libertad. Otros cruzando ríos, selvas, atravesando desiertos… Atravesando soledades. Cientos de ellos no consiguieron llegar a ninguna parte, devorados por el mar, por el río, por la selva… Y nos fuimos convirtiendo en una generación diseminada por todos los rincones del planeta. Por eso, sin importar cuánto éxito nos haya deparado ese futuro que salimos a buscar, todos nos sentimos en cierto modo incompletos. Nos faltan esas personas junto a las cuales crecimos, esos amigos de la infancia, con los cuales compartíamos un pedazo de pan con azúcar o un baño bajo aguacero por las calles enfangadas de nuestra pobre ciudad. Los compañeros de estudio. Los vecinos que nos vieron crecer. Los árboles del parque, y hasta ese charco de la esquina que tantas veces quisimos borrar de nuestro paisaje. 
Y en cuanto a los que se quedaron, esos para los que no se abrió ningún posible camino, no han corrido mejor suerte. También les falta algo: nosotros, sus amigos, sus compañeros de aula. Los que no nos resignamos a un futuro incierto y tenue y salimos persiguiendo aquella estrella, que se ha tornado lejana. Mucho más de lo que ellos pudieran imaginar.