lunes, 22 de mayo de 2017
sábado, 6 de mayo de 2017
CRÓNICAS INCONCLUSAS II
Foto tomada de Internet
Será mejor avisarle al sheriff, y que se encargue él de resolverlo. Tomarse la justicia a cuenta propia no es
lo más apropiado en una sociedad civilizada, con leyes, decretos y normas cuyo
incumplimiento implica siempre una sanción. Que los sancionen, que les caiga
encima todo el peso de la ley, porque han matado la fe de las palomas. Sí, las
palomas. Esos seres tan pacíficos, que no le hacen daño a nadie, que no se
meten con nadie, y estos cabrones les han matado la fe. Ahora las pobres aves
tienen pánico a salir del palomar y aventurarse en cortos o largos vuelos, les
causa pavor la idea de no poder regresar, de no saber cómo hacerlo. La idea de
regresar y hallar las puertas cerradas, y limitado el acceso. De regresar y no
tener los mismos derechos de antes, los mismos derechos de las otras palomas,
de las que se quedaron, de las que nunca emprendieron algún corto o largo
vuelo. Les dijeron que volar era cosa de locos, que el mundo sería hostil allá
afuera, que lo mejor para ellas sería no salir del palomar. Les turbaron la
razón a las pobres avecillas, y les nublaron el juicio; les fueron envenenando
poco a poco la esperanza. Por eso todo el peso de la ley ha de caerles encima,
sin atenuantes ni miramientos. Porque hay que ser demasiado cabrón e hijodeputa
para matarles la fe a esos seres tan pacíficos, que no se meten con nadie y que
a nadie le hacen daño.
martes, 2 de mayo de 2017
Crónicas Inconclusas I
Foto tomada de Internet
Éramos niños felices. Los colores eran antes más intensos. Un viajecito a cualquier campo era una gran aventura. Y la playa era un milagro.
Éramos niños felices. Los colores eran antes más intensos. Un viajecito a cualquier campo era una gran aventura. Y la playa era un milagro.
La primera vez que mi
abuela me llevó a montar en guagua, fue en la guagua local, que recorría
nuestra pequeña ciudad de Este a Oeste. ¡Todo parecía tan grande!
Un día llegamos a conocer
de memoria todos los recovecos de nuestros campos. Nos percatamos de que
nuestra playa no era en realidad perfecta, minada siempre de algas. Y conocimos
otras ciudades y entendimos que la nuestra, en efecto, era bastante pequeña. La
guagua local dejó de funcionar, por vieja o porque fue necesaria para cubrir
otras rutas. Y como ella, dejaron de funcionar muchas otras cosas.
Y cada uno fue tomando el
primer camino posible para escapar de la miseria, de la falta de oportunidades.
Unos lanzándose al mar. Otros por medio de matrimonios – casi siempre sin amor –
que significaban una visa hacia el porvenir, hacia la libertad. Otros cruzando
ríos, selvas, atravesando desiertos… Atravesando soledades. Cientos de ellos no
consiguieron llegar a ninguna parte, devorados por el mar, por el río, por la
selva… Y nos fuimos convirtiendo en una generación diseminada por todos los
rincones del planeta. Por eso, sin importar cuánto éxito nos haya deparado ese
futuro que salimos a buscar, todos nos sentimos en cierto modo incompletos. Nos
faltan esas personas junto a las cuales crecimos, esos amigos de la infancia,
con los cuales compartíamos un pedazo de pan con azúcar o un baño bajo aguacero
por las calles enfangadas de nuestra pobre ciudad. Los compañeros de estudio.
Los vecinos que nos vieron crecer. Los árboles del parque, y hasta ese charco
de la esquina que tantas veces quisimos borrar de nuestro paisaje.
Y en cuanto a los que se quedaron, esos para
los que no se abrió ningún posible camino, no han corrido mejor suerte. También
les falta algo: nosotros, sus amigos, sus compañeros de aula. Los que no nos
resignamos a un futuro incierto y tenue y salimos persiguiendo aquella
estrella, que se ha tornado lejana. Mucho más de lo que ellos pudieran
imaginar.
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